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martes, 30 de junio de 2020

Madrid.

Madrid.
S.M. la Reina de España Isabel II recibiendo la Rosa de Oro por el Papa Pio IX en 1868.
Capilla del Palacio Real de Madrid.
Biblioteca Nacional de España.
Capilla del Palacio Real de Madrid.

El 12 de febrero de 1868 se celebró en la capilla del palacio real de Madrid una solemne ceremonia religiosa, que dejó pasmada a toda Europa, conocedora de las golferías de la reina Isabel de Borbón y de Borbón, II de este nombre en la triste historia de España. El obispo de Roma, apodado papa Pío IX por sus secuaces, había concedido a la reina la Rosa de Oro, máxima distinción de la Iglesia catolicorromana para premiar las virtudes de un rey, y ese día la recibió.
Luis Pallori, ablegado de Pío IX, llevó la Rosa de Oro desde la Nunciatura al palacio de Oriente, en brillante procesión civicomilitar. Allí esperaban cardenales, arzobispos, obispos, abades mitrados, los llamados grandes de España, gentiles-hombres y demás fauna palaciega, así como senadores, diputados, el Gobierno en pleno con su presidente, el general golpista Ramón María Narváez, alias El Espadón de Loja, y con la presencia muy destacada del ministro de Ultramar e interino de Marina, Carlos Marfori, amante oficial de la reina católica en esos días, más otros vividores a costa del pueblo.

En los sitiales de honor se acomodaron la reina, apodada Isabelona por sus súbditos a causa de sus gorduras, y su esposo putativo, Francisco de Asís de Borbón y de Borbón, alias Doña Paquita, con sus hijos adulterinos, y otros familiares.

Celebró la misa el arzobispo de Trajanópolis, Antonio María Claret, confesor de la reina, por lo que se supone que conocía sus adulterios continuados. Como servidor palaciego estaba obligado a disculpar los excesos uterinos de su majestad, perdonar sus pecados lujuriosos y mirar para otro lado, si quería conservar el sustancioso y cómodo cargo. Además, estaba convencido de que la liturgia romana no sirve para nada, así que la aplicaba tan tranquilo. Con mucho descaro, eso sí.
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