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sábado, 29 de mayo de 2021

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Santiago de Compostela (La Coruña).

Santiago de Compostela (La Coruña).
Catedral de Santiago.
Fachada llamada de la platería en 1868.
Ministerio de cultura.
Santiago de Compostela (La Coruña).
Catedral de Santiago.
Plaza de Platerías.

La plaza sur de la Catedral, que debe su nombre a los talleres de orfebres situados desde la Edad Media en los bajos asoportalados del claustro, está dominada por la única fachada románica que conserva la Catedral. Data del año 1078 o 1103 y fue severamente dañada durante los alzamientos populares contra el arzobispo Gelmírez, en la segunda década del siglo XII, por lo que fue reconstruida pocos años más tarde. En los siglos siguientes se le añadieron más figuras románicas procedentes de la llamada Puerta del Paraíso, al lado norte de la Catedral, para crear un conjunto de rica iconografía. En el friso conviven apóstoles, ángeles y signos zodiacales. El centro lo ocupa un estilizado Cristo, a cuyo lado está Santiago. En los portales, el tímpano de la izquierda parece representar la tentación de Cristo; el de la derecha, escenas de la Pasión claramente reconocibles: el juicio de Pilatos, la flagelación y la traición de Judas. Otras figuras como el rey David y la creación de Adán decoran los muros laterales.

El portal de Platerías está enmarcado por el arranque de la Torre del Reloj y el lienzo del claustro. Este muestra medallones renacentistas con escenas inspiradas en la tradición jacobea, como el traslado de sus reliquias o su transfiguración en guerrero. En la parte superior, los medallones corresponden a la genealogía de Cristo, y culminan, en la esquina derecha, con la figura de María y el Niño, pues el claustro está dedicado a la Virgen.

En el centro de la plaza, la Fuente de los Caballos se alza contra el fondo de la Casa del Cabildo, decorada con motivos geométricos típicos del barroco compostelano. Se trata de un verdadero telón de piedra de apenas tres metros de fondo, levantado por el arquitecto Fernández Sarela en 1758, con la intención de cerrar de manera casi teatral la plaza.

A su izquierda, en el arranque de la rúa do Vilar, se halla la Casa del Deán. Esta casa-palacio del siglo XVIII, obra de Fernández Sarela, fue hospedaje de los obispos que visitaban la ciudad.

Información extraída de este enlace: http://www.santiagoturismo.com/rutas/a-praza-das-praterias

martes, 30 de junio de 2020

Madrid.

Madrid.
S.M. la Reina de España Isabel II recibiendo la Rosa de Oro por el Papa Pio IX en 1868.
Capilla del Palacio Real de Madrid.
Biblioteca Nacional de España.
Capilla del Palacio Real de Madrid.

El 12 de febrero de 1868 se celebró en la capilla del palacio real de Madrid una solemne ceremonia religiosa, que dejó pasmada a toda Europa, conocedora de las golferías de la reina Isabel de Borbón y de Borbón, II de este nombre en la triste historia de España. El obispo de Roma, apodado papa Pío IX por sus secuaces, había concedido a la reina la Rosa de Oro, máxima distinción de la Iglesia catolicorromana para premiar las virtudes de un rey, y ese día la recibió.
Luis Pallori, ablegado de Pío IX, llevó la Rosa de Oro desde la Nunciatura al palacio de Oriente, en brillante procesión civicomilitar. Allí esperaban cardenales, arzobispos, obispos, abades mitrados, los llamados grandes de España, gentiles-hombres y demás fauna palaciega, así como senadores, diputados, el Gobierno en pleno con su presidente, el general golpista Ramón María Narváez, alias El Espadón de Loja, y con la presencia muy destacada del ministro de Ultramar e interino de Marina, Carlos Marfori, amante oficial de la reina católica en esos días, más otros vividores a costa del pueblo.

En los sitiales de honor se acomodaron la reina, apodada Isabelona por sus súbditos a causa de sus gorduras, y su esposo putativo, Francisco de Asís de Borbón y de Borbón, alias Doña Paquita, con sus hijos adulterinos, y otros familiares.

Celebró la misa el arzobispo de Trajanópolis, Antonio María Claret, confesor de la reina, por lo que se supone que conocía sus adulterios continuados. Como servidor palaciego estaba obligado a disculpar los excesos uterinos de su majestad, perdonar sus pecados lujuriosos y mirar para otro lado, si quería conservar el sustancioso y cómodo cargo. Además, estaba convencido de que la liturgia romana no sirve para nada, así que la aplicaba tan tranquilo. Con mucho descaro, eso sí.
Información extraída de este enlace: