Aguadores de Lorca en 1862.
Ilustración de Gustavo Doré.
Este oficio, que fue desempeñado tanto por hombres como por mujeres, tenía como función facilitar agua fresca a los viandantes en los tiempos en los que ni los bares ni los refrescos existían tal como los conocemos hoy. Iban provistos, a veces, de un cántaro y un vaso de hojalata, y otras de un botijo con agua fresquita. Mediante el pago de una pequeña cantidad, daba de beber a todo aquél que solicitara sus servicios.
Sus ganancias se multiplicaban en verano, cuando la sed apretaba y en las grandes concentraciones de gente, por ejemplo, a la entrada de los toros o en las profesiones, que tanto personal concentraban a su alrededor. Hay que tener en cuenta que, allá por los siglos SVII y SVIII e incluso XIX, las calles de las ciudades estaban sin asfaltar y el paso de los carruajes, junto al tráfico normal de los ciudadanos, levantaban una gran polvareda que podía provocar la sed de cualquiera, y más en verano, cuando la lluvia era escasa. A esto había que añadir los atuendos de la época, que podían ser de todo, menos frescos y livianos, por lo que la presencia de aguador, o aguadora, representaba un alivio en los duros trances de la canícula.
Famosos, fueron, los aguadores de Granada, citados varias veces por Washington Irving en sus cuentos. Los viajeros románticos que recorrieron España encontraron una figura curiosa que les ayudarían a saciar su sed, sobre todo, si tenemos en cuenta que, muchos de ellos, provenían de países del área sajona y, en absoluto estaban acostumbrados a los rigores del verano andaluz.
Famosas fueron, también, en el siglo XVIII, dos aguadoras de Madrid, por lo mismo; ambas muy bellas, por lo visto. Tenían sus puestos de venta en el Paseo del Prado y al grito de “agua fresquita de la Fuente del Berro” pocos eran los transeúntes que no se paraban a beber y a contemplarlas de cerca.
Existían otros tipos de aguadores en algunos lugares de España, los que podríamos calificar de aguadores al por mayor. Su trabajo consistía en acarrear agua para las familias pudientes cuando las fuentes o manantiales estaban lejos de la población, a veces a lomos de caballerías y otras cargando sobre lomos humanos. Llevaban enormes cántaros para el abastecimiento de la casa y por ello recibían la cantidad que hubieran estipulado con sus clientes previamente.
En la actualidad, el agua corriente es ya una realidad en pueblos y ciudades, los frigoríficos la mantienen todo lo fresca que se quiera y una enorme cantidad de marcas de refrescos invaden los mercados para satisfacer a aquellos que no son aficionados al agua del grifo. Si además, a todo esto unimos la enorme proliferación de bares, cafeterías, etc., aun en poblaciones pequeñas, vemos que el aguador ya no tiene espacio vital en nuestra sociedad.