Aunque, en realidad, eso de la invención de la rumba es una de esas leyendas peretianas, encantadoras y llenas de picardia. La rumba catalana nació porque lo natural era que naciese; no vino de un mente preclara, y eso que la de Peret lo era, sino de un mundo que ya quería ser moderno, guasón y mestizo, y que no sonaba a copla ni a sardana ni siquiera a cante jondo. En realidad, la rumba nació simultanemanete en dos zonas de Barcelona, en la calle de la Cera, por el Raval (la calle de Vázquiez Montalbán), donde reinaba Peret; y en el barrio de Gràcia, donde el chico listo era Antonio González, el Pescaílla, el marido de Lola Flores. Peret dijo siempre que lo 'del Pesca' estaba bien, sí, pero que no era exactamente rumba catalana, que sólo lo suyo era 'pata negra'. Pero, ahora que ya ha pasado todo, no hay por qué darle más vueltas.
Además, si hiciéramos sociología de la rumba, veríamos que Peret y el Pescaílla tenían vidas paralelas: los dos eran gitanos relativamente prósperos. La familia Pubill-Calaf salía adelante con la venta de textiles, igual que los González se dedicaban al flamenco con cierto éxito. No busquen demasiadas escenas de miseria y sordidez. Después llegó el debut temprano (con 12 años, en el Tívoli, acompañado de la prima Pepi) y, un poco más tarde, el hallazgo de que el flamenco, alejado de sus fuentes y aligerado con un compás de cuatro por cuatro (robado de la música cubana que también había llegado al Puerto de Barcelona), podía tener un encanto irresistible.
Y descubrir aquella mezcla tuvo que ser como echarle coca-cola al ron por primera vez. No había nada comparable por entonces en las radios, ya que el rock no había llegado, al tango ya se le había pasado su momento, el flamenco era aún un asunto de señoritos que daban propinas a los gitanos en las ventas, y las coplas y la canción española... ¿Quién querría bailar una copla pudiendo bailar una rumba?
Peret fue el protagonista de ese momento, su mejor intérprete y también su caricatura: chuleta, locuaz, encantador, golfo. Hacía cabriolas con la guitarra igual que El Cordobés con los toros (aquello del ventilador), protagonizaba películas malísimas y cantaba versos un poco bobos sobre borriquitos y lágrimas en la arena, porque la música popular es así, un poco vulgar y esa es parte de la gracia. Pero el caso es que por esos equívocos, los chicos con aspiraciones intelectuales de la generación de Peret no se dieron cuenta del genial invento que era la rumba. ¡Como si las películas de Elvis fuesen buenas! Luego, un día vimos a Los Manolos en los Juegos Olímpicos y en España caímos en que todos podíamos sentirnos bastante orgullosos de esa música barcelonesa.
Por entonces, Peret había dejado de ser golfo y autodestructivo para ser un 'nuevo cristiano'; se hizo pastor evangelista y después se quitó, porque le faltó la fe, igual que se quitó el peluquín. En los últimos años, con la cabeza rapada, parecía un sabio. "Llevo 51 años luchando en este país, haciendo canciones, contagiando alegría. A estos jóvenes, sus padres les habrán dicho: había un gitano que se llamaba Peret, que cantaba 'El tracatrá'... Aunque no es fácil que los hijos acepten esto, porque todos queremos ser distintos a nuestros padres. Pero luego te ven encima de un escenario con 73 tacos y dicen: '¡Hostia, qué huevos tiene éste!'", dijo en una entrevista publicada por EL MUNDO en 2009.
Peret en sus inicios.
1964.
1967.
1971
Junto A Celia Sanchez.
Musica del recuerdo 1995.
D.E.P.
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